"Tercer Logos"
de Tercer Logos ·
EL CULTO AL FUEGO
El culto al fuego fue grandioso en la antigua Persia. El culto al fuego es antiquísimo. Cuéntase que este culto es anterior a la dinastía de los Aqueménidas y a la época de Zoroastro. Los sacerdotes persas tenían una riquísima liturgia esotérica relacionada con el culto al fuego. Jamás los viejos sabios persas se descuidaron con el fuego. Ellos tenían la misión de mantenerlo siempre encendido. La Doctrina Secreta del Avesta dice que existen distintos fuegos: el fuego del rayo que centella en la noche terrible, el que trabaja en el interior del organismo humano produciendo calorías y dirigiendo los procesos de la digestión, el que se concentra en las plantas inocentes de la Naturaleza, el fuego que arde en el interior de las montañas y que vomitan los volcanes de la tierra, el que está delante de Ahuramazda formando su divina aureola, y el fuego de uso cotidiano que los profanos usan para cocer sus alimentos. Decían los persas que cuando el agua hirviendo se derrama, o cuando se quema a algún ser viviente, en esos casos Dios hace cesar sus benéficos efectos sobre su privilegiado pueblo.
Realmente, El fuego tiene muchas modificaciones, pero de todos los fuegos, el más poderoso es el que arde delante de Ahuramazda (El Logos Solar), formando su aureola divina. Ese es el fuego que resulta de la transmutación de las secreciones sexuales. Ese es el Kundalini, la Serpiente Ígnea de nuestros mágicos poderes, el Fuego del Espíritu Santo.
Quien quiera buscar el fuego de Ahuramazda, debe buscarlo dentro del interior de su tierra filosófica. Esta tierra es el mismo organismo humano. Los sacerdotes persas cultivaban este fuego en lugares completamente oscuros, templos subterráneos y lugares secretos. El altar era siempre un enorme cáliz de metal con su pie colocado sobre la piedra filosofal. El fuego se alimentaba siempre con maderas fragantes y secas, especialmente con las deliciosas ramas del sándalo. Los viejos sacerdotes soplaban siempre el fuego con fuelles, para no profanarlo con el hálito pecador de la boca humana.